Lo abrazó, y en el abrazo le dijo todo lo que callaba, todo lo que
sentía y que había olvidado cómo expresar. Quiso fundirse en su cuerpo,
pero las leyes que el mundo les había impuesto no se lo permitieron.
Si se miraba desde una perspectiva cenital, podía apreciarse la tragedia
de aquél amor cafeinómano. Pero lo trágico no era su amor, no. Lo
trágico era la distancia, tan cruel, que los separaba aun estando cerca.
Que les impedía verse y sentirse cuando el frío hacía estragos en sus
cuerpos y el alma les temblaba, calándole los huesos. Sin embargo, no
desistían. “¿Qué caso tiene si se ama fácilmente?” Se decían, y
continuaban amándose día a día.